Dos
de tus amigos van de camino, serios, preocupados,
quizá,
dando vueltas, cada uno en su cabeza, a lo suyo.
De
vez en cuando comentan sus nostalgias… hablan de Ti,
del
hueco que les has dejado, de que te echan en falta.
Tú,
de pronto, caminas a su lado,
y
te metes en la conversación y les resultas extraño,
porque
les hablas de los profetas.
¡Cuántas
veces andamos así, Señor, por la vida!
Haz
que nuestras conversaciones sean más profundas,
que
no gastemos tanta energía en tener razón
sino
en llegar a acuerdos y, sobre todo,
que
sepamos mirar al otro a los ojos y verte,
que
Tú estás siempre en el hermano…
en
el que camina la vida a nuestro lado.
Nos
gustan las grandes disertaciones más que los encuentros.
Compartimos
trabajo, comidas, viajes
y
no nos contamos qué nos pasa.
Estamos
cerca, muy cerca, juntos todo el día,
pero
no hablamos de nosotros desde el hondón del alma.
Enséñanos
a partir y compartir la vida, de verdad,
no
sólo la juerga, el aperitivo y la última noticia, no, Señor;
ayúdanos
a mantener conversaciones íntimas,
de
las que ayudan a ser y a vivir,
de
las que se parecen a las tuyas,
que
al marcharte notaban tu vacío
y
se sentían envueltos en Dios.
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