Señor Jesús, hoy te contemplo
como uno de esos niños pequeños,
recién nacidos, con sus ojos cerrados y un poquito
de pelo en la cabeza, con muy poco peso,
envuelto en unas telas blancas
que abultan más que todo tu cuerpo,
acunado en brazos de tu madre, María.
A ella la veo contenta, satisfecha
teniendo entre sus manos
ese gran tesoro que eres Tú.
A ella la veo que está enseñándonos,
ofreciéndonos a su Hijo que eres Tú, Jesús.
Ella nos lo muestra y nos lo da.
No se lo guarda sino que lo comparte.
Gracias María por tu disponibilidad.
Viniste al mundo, Señor Jesús,
y lo hiciste desde el principio hasta el fin
como uno más de nosotros.
No tomaste tu venida
como un juego, como un espectáculo
sino que te hiciste totalmente
como nosotros, menos en el pecado.
Tú el Salvador, el Mesías, el Señor…
tomas el camino estrecho de la humildad
y del servicio.
¡Qué lección más grande
para todos nosotros!
¡Cuánto, Señor Jesús,
nos cuesta entrar por tus caminos!
Y en lo pequeño, en ese niño recién nacido
está el futuro de la humanidad,
la salvación del género humano,
la Gran Buena Noticia.
Yo quedo prendado de tanto misterio y te
doy gracias por hacer las cosas a tu manera
Que nosotros sepamos hacer nuestras cosas
a tu manera, a la manera de hacer de Dios.
Señor Jesús,
ya desde el principio te escoge Dios Padre
los que serán tus compañeros,
tus predilectos:
los pequeños, los marginados…
representados en aquellos pastores.
Una vez más he de decirte, Señor Jesús,
que no dejas de desconcertarnos.
Cada paso que das es un interrogante
para nosotros.
Y para postre cuando Dios nos dice
cual es el signo de su presencia
entre nosotros
una vez más nos desconciertas.
Nosotros, seguramente, lo hubiéramos
puesto en algo deslumbrante,
luminoso, rico…
y Tú, Padre bueno,
por medio de los ángeles,
les dices a los pastores que el signo de Dios
es la debilidad “envuelto en unos pañales…
recostado en un pesebre”.
O sea que a lo mejor, Señor Jesús,
nos estás diciendo que también ahora
tu presencia entre nosotros
continúa estando en la debilidad.
La debilidad es el señorío de Dios
en este mundo.
¡Qué difícil nos resulta a todos:
seglares, presbíteros, religiosos/as, obispos,
asumir y vivir en carne propia
todas estas cosas, toda esta manera
de hacer que es tan diferente
a lo que solemos ver!
El pesebre y la cruz
no deberían ser sólo unos objetos
que situamos en unos lugares
y que tienen su encanto,
sino que deberían ser los signos
de todo un estilo de vida de los seguidores
de Jesús y de sus comunidades
Gracias, muchas gracias, Señor Jesús
por haber nacido,
por la manera como lo hiciste
y por el fin con que viniste.
Gracias, Señor Jesús.
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