María se levanta y deprisa
se pone en camino, según la voluntad y el plan de Dios. María ya sabe que
Isabel está embarazada porque el ángel se lo ha dicho. Al entrar en la casa,
saluda a Isabel, saludo que se convierte en signo de amor y en comienzo de una
nueva vida. La primera reacción es del niño que lleva en sus entrañas. Los
saltos de gozo en las entrañas de la madre (v.41.44) son un signo, una señal de
reconocimiento. Dios no sólo se sirve de las palabras sino también del lenguaje
corporal. Juan ejerce en el seno de su madre su función de profeta y de
precursor. El encuentro de las dos madres, es también el encuentro de los dos
hijos.
En el momento del saludo,
Isabel, llena del Espíritu Santo, queda capacitada para comprender la señal que
brota de sus entrañas y además, de ella brota a voz en grito una bendición y
una bienaventuranza para María y el reconocimiento de Jesús como Señor. María
es bendita entre las mujeres porque es bendito el fruto de su vientre y es
dichosa porque ha creído. En esta bendición resuenan bendiciones de otras
mujeres: Ana, Débora, Lía y Judit.
La felicitación de Isabel
pasa de la bendición a la bienaventuranza dirigida a María, cuya fe contrasta
con la incredulidad de Zacarías (Lc 1,20). Por otra parte, la bienaventuranza
sirve de preparación para el momento del ministerio de Jesús donde, en boca de
una mujer, va a escuchar: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te
criaron! (Lc 11,27). En esa alegría resuena la promesa del ángel (Lc 1,14) y el
gozo que llena el espíritu de María y que le hace proclamar el Magníficat.
En la segunda parte, Lucas
pone en boca de María el Magnificat. A través de este cántico, que proviene de
una fuente judeocristiana, María va a hacer memoria de lo que Dios hace en ella
en el marco de su propia historia de salvación. Con autoridad profética alaba a
Dios al que describe, entre otras características, como el que “recuerda su
misericordia”. Alaba a Dios por lo que hace al pueblo a través de su hijo, al
Dios de los padres que manifiesta su bondad y permanece fiel a la generación
presente y al Dios que invierte las situaciones humanas y que universaliza la
salvación. La alabanza que brota de María en el presente se alimenta del gozo
experimentado en el pasado, del mismo modo que la fuente de toda alabanza en
Israel es la salvación de Egipto: nada es imposible para Dios.
Al final del Magnificat, se
expresa que Dios recuerda la misericordia, que es lo mismo que decir que
permanece fiel a las promesas hechas a Israel a través de Abraham, porque por
medio de esta mujer continúa la historia de salvación. ¡Que no dejemos de salir
al encuentro de aquellos que nos necesitan! ¡Que nuestros encuentros desborden
vida, alabanza, y “biendecir”! ¡Y que seamos hombres y mujeres con ojos y corazón
abiertos para hacer memoria y reconocer cómo Dios interviene en nuestras vidas!
Ana Unzurrunzaga Hernández
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