lunes, 15 de agosto de 2016

ASUNCIÓN DE MARÍA


María se levanta y deprisa se pone en camino, según la voluntad y el plan de Dios. María ya sabe que Isabel está embarazada porque el ángel se lo ha dicho. Al entrar en la casa, saluda a Isabel, saludo que se convierte en signo de amor y en comienzo de una nueva vida. La primera reacción es del niño que lleva en sus entrañas. Los saltos de gozo en las entrañas de la madre (v.41.44) son un signo, una señal de reconocimiento. Dios no sólo se sirve de las palabras sino también del lenguaje corporal. Juan ejerce en el seno de su madre su función de profeta y de precursor. El encuentro de las dos madres, es también el encuentro de los dos hijos.
En el momento del saludo, Isabel, llena del Espíritu Santo, queda capacitada para comprender la señal que brota de sus entrañas y además, de ella brota a voz en grito una bendición y una bienaventuranza para María y el reconocimiento de Jesús como Señor. María es bendita entre las mujeres porque es bendito el fruto de su vientre y es dichosa porque ha creído. En esta bendición resuenan bendiciones de otras mujeres: Ana, Débora, Lía y Judit.
La felicitación de Isabel pasa de la bendición a la bienaventuranza dirigida a María, cuya fe contrasta con la incredulidad de Zacarías (Lc 1,20). Por otra parte, la bienaventuranza sirve de preparación para el momento del ministerio de Jesús donde, en boca de una mujer, va a escuchar: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! (Lc 11,27). En esa alegría resuena la promesa del ángel (Lc 1,14) y el gozo que llena el espíritu de María y que le hace proclamar el Magníficat.
En la segunda parte, Lucas pone en boca de María el Magnificat. A través de este cántico, que proviene de una fuente judeocristiana, María va a hacer memoria de lo que Dios hace en ella en el marco de su propia historia de salvación. Con autoridad profética alaba a Dios al que describe, entre otras características, como el que “recuerda su misericordia”. Alaba a Dios por lo que hace al pueblo a través de su hijo, al Dios de los padres que manifiesta su bondad y permanece fiel a la generación presente y al Dios que invierte las situaciones humanas y que universaliza la salvación. La alabanza que brota de María en el presente se alimenta del gozo experimentado en el pasado, del mismo modo que la fuente de toda alabanza en Israel es la salvación de Egipto: nada es imposible para Dios.
Al final del Magnificat, se expresa que Dios recuerda la misericordia, que es lo mismo que decir que permanece fiel a las promesas hechas a Israel a través de Abraham, porque por medio de esta mujer continúa la historia de salvación. ¡Que no dejemos de salir al encuentro de aquellos que nos necesitan! ¡Que nuestros encuentros desborden vida, alabanza, y “biendecir”! ¡Y que seamos hombres y mujeres con ojos y corazón abiertos para hacer memoria y reconocer cómo Dios interviene en nuestras vidas!

Ana Unzurrunzaga Hernández

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