Creo
que todos, en alguna ocasión, hemos ido a tomarnos algún refrigerio, del tipo
que sea. Y siempre ocurre que no conocemos el nombre del camarero y alguien, en
alguna ocasión, se le ocurrió el phsisssss (repetido varias veces), e incluso
el grito, casi de guerra de decir "camareroooooo", como si el pagar
por lo que tomamos nos diera derecho a exigirle a alguien que nos atienda y
además con celeridad.
Estando
tomando un refrigerio, una señora hizo lo del título de mi reflexión y el
camarero, dándose la vuelta le dijo: "Señora, perdone. Me llamo
Carlos". Claro que la señora no tenía por qué saber el nombre del
camarero, pero con la educación que se nos supone, se podría llamar al hombre
de distinta forma. La señora se puso colorada entre otras cosas porque el
trabajador lo dijo en un tono lo suficientemente alto para que los demás no
cayésemos en el mismo error.
Claro,
este fin de semana se nos pregunta (Lucas 10) , "¿quién es mi
prójimo?". Y resulta que son de esas preguntas que quizás habría que
decirle al evangelista que sobran, porque siempre nos dicen lo mismo y que el
prójimo ya sabemos quien es y que lo más probable es que como voy todos los
días a misa pues ya tengo pie y medio en la vida eterna. A veces utilizamos la
palabra "samaritano" con una ligereza que me da hasta pudor el poder
utilizarla en nuestros ambientes más cercanos.
Este
año que estamos en el de la misericordia, creo que todos hemos asistido a
infinidad de charlas sobre ella. Hemos leído infinidad de pastorales sobre los
mensajes y homilías del Papa. Hemos ganado el jubileo y se nos ha explicado por
activa, por pasiva, por reflexiva en qué consistía lo de ganar el jubileo. Es
más no te olvides de confesarte, pedir por las intenciones del Papa y de
asistir a la eucaristía, todo en un plazo de veinte días. Muchos ya tenemos la
conciencia tranquila que hemos cumplido con el año de la misericordia.
Pero
claro, cuando veo los informativos me doy cuenta que sigue habiendo miserias y
apaleados en los caminos de la vida. Miseria y apaleados todos los días y no
unos cuantos en el año. Cuando veo los informativos y me doy cuenta que sigue
habiendo desahucios, que sigue habiendo pateras con niños, que sigue habiendo
horrores de la guerra con montón de inocentes, que sigue habiendo familias que no
llegan a fin de mes, que sigue habiendo trabajadores con sueldos infames o que
sigue habiendo gente con traje y corbata que no tiene vergüenza en
"robar" (de la forma que sea) y sigue impune... es que no estoy
entendiendo la parábola del samaritano. Que hay algo que no encaja.
El
amor de aquel samaritano no era una palabra abstracta. No era una palabra
bonita en un diccionario. Era una palabra sentida, vivenciada y puesta en
práctica. Curioso que los que ganamos el jubileo, los que nos confesamos,
los
que comulgamos, los que pasamos por la puerta santa... curioso que los
presbíteros que ayudan a que eso se cumpla.... a veces damos y dan un rodeo y
que al apaleado lo atienda otro.
La
palabra amor nos tiene que ayudar a discernir a los apaleados del camino de la
vida. La palabra amor nos tiene que ayudar a sanar el montón de heridas que en
los hermanos que nos rodean tienen y que quizás por no mancharnos damos un
rodeo.
Cuando
aquel camarero se enfadó porque no le dijeron Carlos, hoy los que sufren
también tienen nombre y apellidos y nosotros tenemos que saber reconocerlos,
porque si hoy nos preguntan ¿quién es mi prójimo, qué contestamos?
Hasta
la próxima
Paco
Mira
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