CARTA DEl PADRE MARTÍN GELABERT BALLESTER, 0P
En
verano hay de todo: gente que descansa de sus trabajos; buenas personas que
aprovechan este tiempo para hacer libremente el bien a los demás (como
voluntario en campamentos, o en lugares de misión, o en residencias de
ancianos, o en sesiones de refuerzo escolar). Hay también personas que no
disponen de ese tiempo para dedicarlo libremente a hacer el bien, sino que
deben seguir haciendo el bien desde sus obligaciones ordinarias o desde lo que
otros les solicitan.
Hace
unos días me comentaba un presbítero relativamente joven que atiende a varias
parroquias, que no hay modo de encontrar un sustituto para los meses de verano
y que, por responsabilidad, iba a seguir con su trabajo habitual. Probablemente
sea más fácil encontrar sustitutos y ayudas en las parroquias cercanas a la
playa que en las parroquias urbanas. ¿Hay que cerrar la parroquia como otros
cierran el negocio? La parroquia no se cierra, como no se cierra el hospital.
La diferencia está en que el hospital funciona con mucha gente y los
profesionales pueden hacer turnos. Muchas parroquias funcionan con un solo
presbítero y algunas comparten el presbítero con otras.
Se
me ocurre que en estas parroquias cercanas a la playa, en las que las Misas
dominicales suelen estar bastante concurridas, además de hacer homilías breves
(por eso de que lo bueno, si breve, dos veces bueno), sería interesante hacer
llamadas a los jóvenes para que piensen en su posible vocación religiosa o
sacerdotal. Porque eso de la vocación no es una llamada que el cielo te hace a
través del teléfono, sino que es un planteamiento que te haces tú. Dios llama a
todos a ser sus hijos y cada uno debe concretar esta vocación en una misión y
un servicio concreto. ¿Por qué no ser religiosa o religioso? ¿Por qué no pensar
en ser el menor, el ministro de la Eucaristía y desde ahí servir a la comunidad
cristiana? ¿Por qué no invitar a tus hijos e hijas a hacerse este tipo de
planteamientos?
Hablando
de playas no conviene olvidar que en el tiempo de verano las aguas de nuestras
costas se calman y atemperan. Eso favorece que desde África salgan pateras con
hijas e hijos de Dios, que buscan en Europa un paraíso. Y se dirigen a Canarias
o a Andalucía. Evidentemente, ni Canarias ni Andalucía son el paraíso. Pero los
cristianos que vivimos en esos lugares podemos contribuir a que la llegada de
esa pobre gente sea un poco menos infernal. La circunstancia de que las aguas
que nos rodean se tranquilicen es una ocasión no solo para tomar baños de mar,
sino para sensibilizarnos ante la tragedia de tanta gente que pone su vida en
peligro buscando algo para comer. El buen tiempo del que vamos a disfrutar
debería hacernos pensar en nuestra contribución para que haya tiempos mejores
para tantas mujeres y varones que, haga el tiempo que haga, siempre están mal.
El verano del 2014 y el tiempo libre da para mucho. También para pensar en los
pobres.
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