Al
final del camino me dirán:
-¿Has
vivido? ¿Has amado?
Y
yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres» (Pedro Casaldáliga)
La
memoria no ha de ser una losa que nos llene de tristezas o nos ancle en el
pasado. Es parte (sólo parte) de quien soy hoy.
Es
comprensible acarrear un poco de nostalgia, si nos recuerda que en nuestra vida
ha habido algo bueno, pero no, si nos lleva a sumirnos en llanto por lo que ya
no está.
El
pasado está ahí para hacerme fuerte, no inútil. Para hacerme libre, no esclavo.
Para darme vida en los momentos de fatiga. Para mostrarme un horizonte que se
abre siempre hacia el futuro. Para recordarme que los caminos no se detienen,
no todavía. Que los caminos se entrecruzan, se separan, serpentean, y me
descubren siempre nuevas sorpresas, nuevos caminantes, obstáculos y recodos,
lugares confortables donde descansar, que hay jornadas de cansancio y otras de
reposo, que hay tormentas y luego sol.
Y
allá sigo, caminando, con mi equipaje ligero pero valioso, con tantos nombres
que se siguen uniendo al mío.
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