Un
matrimonio ya anciano estaba sentado en su sofá. Ambos, con la televisión de
fondo, se distraían a su manera: él leía el periódico y ella hacía punto para
el nieto de su amiga, ya que ellos no habían tenido hijos. De vez en cuando
intercambiaban algún comentario sobre algo que les llamaba la atención de lo
que escuchaban o sobre algún recuerdo común que venía a sus mentes. De repente,
comenzó a llover un poco. El ruido de las gotas contra los cristales hizo que
la mujer mirara por curiosidad por la ventana, y entonces, se dio cuenta que su
vecina de enfrente había dejado la ropa tendida para secarse. Entonces, le dijo
a su marido:
-
¡Hay que ver las sábanas tan sucias que cuelga la vecina en el tendedero!
Quizás necesita un detergente nuevo y no tiene para pagarlo… Tengo la impresión
de que debe ser muy pobre, es muy joven, con tantos hijos y sin embargo no está
nunca en casa… ¿No te parece que podríamos mandarle algún dinero…?
Su
marido la miró extrañado por unos segundos, y bajando de nuevo la vista hacia
su diario, le respondió:
-
No te fíes nunca de nadie. Sabe Dios por qué no está nunca en casa. Habrá que
ver que tipo de vida lleva. Yo creo que tiene a sus hijos abandonados y se
dedica a.... ya sabes. Llega muy tarde de noche, y viste de una manera que no
me gusta. Fíjate, está lloviendo cada vez más y todavía no ha salido a recoger
su ropa… ¿Dónde estará?, ¿No se preocupa de nada?...
Desde
aquel día, aquel comentario aislado se fue convirtiendo en una costumbre. Cada
dos o tres días, esperaban a que la mujer saliera a tender su ropa, y como si
fuera la primera vez, cada uno exponía su teoría. Ambos, desde el sofá, mirando
a través de la ventana, se recreaban en como la vecina tendía su ropa recién
lavada. Cada ocasión se convertía en una nueva oportunidad para hacer
imaginaciones mentales:
-
¿Pero de verdad no se da cuenta de lo sucia que saca la ropa de la lavadora?
–Comentaba ella.
-
Estará muy ocupada pensando en otras cosas… Comentaba casi siempre él.
Pasado
un mes, una mañana, la esposa se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas
blancas, como nuevas, y le dijo a su marido:
-
¡Mira, por fin ha aprendido a lavar la ropa! ¿Le habrán prestado el dinero para
comprar un nuevo detergente?, ¿Le habrá enseñado otra vecina como se lava la
ropa para que quede bien blanca de verdad?...
El
marido le respondió:
-
No, hoy me levanté más temprano que tú y llamaron a la puerta...
Comenzó
a decir con una voz que denotaba tristeza.
-
Era la vecina de enfrente, la que tiende la ropa. Al principio pensé no abrirle
porqué creía que lo que vendría era a pedirnos dinero, pero me lo pensé mejor y
le abrí… Y... ¿Sabes lo que me dijo?…
Dijo
el anciano, al que empezaban a humedecérseles los ojos…
-
¡Hola vecinos! Les he visto a su mujer y a usted muchas veces por la ventana, y
aunque me da algo de vergüenza, se lo voy a decir… ¿Saben que tienen muy sucios
los cristales de la ventana? Entiendo que su mujer está ya muy mayor y no puede
ocuparse de ellos, y he pensado que si no les importa, se los limpio en un
momentito…
-
Entonces entró, los limpió y se despidió amablemente. Me dijo que le gustaría
venir a visitarnos más a menudo para que no nos sintamos tan solos, pero que
trabaja en un supermercado todo el día y llega muy tarde a casa...
Concluyó
el marido, quien rompió a llorar definitivamente al tiempo que su mujer hacía
lo mismo…
Después
de la historia, que se explica por si sola, la relación con el Evangelio... En
cuanto la leí, vinieron a mi mente las famosas palabras de Jesús en el
Evangelio de San Lucas, capítulo 6, 41-42:
“¿Por
qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en
el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja
de tu ojo”, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca
primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de
tu hermano”
Lo
dicho, bonito cuento para meditar en cuantas veces nos metemos en la vida de
los demás cuando lo que deberíamos hacer es preocuparnos más de la nuestra...
No fijarnos tanto en la ropa sucia de los demás y preocuparnos en comprobar si
nuestros cristales están limpios... Dejar tranquila la paja del ojo ajeno y
centrarnos en la viga del nuestro. Ojalá actuáramos así. A buen seguro
viviríamos más tranquilos y en un mundo más feliz....
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