domingo, 19 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS: FIESTA DEL ESPÍRITU, FIESTA DE LA VIDA


Hablar del Espíritu Santo es hablar de lo que podemos experimentar de Dios en nosotros. El Espíritu es Dios actuando en nuestra vida: la fuerza, la luz, el aliento, la paz, el consuelo, el fuego que podemos experimentar en nosotros y cuyo origen último está en Dios, fuente de toda vida.
Esta acción de Dios en nosotros se produce casi siempre de forma discreta, silenciosa y callada; el mismo creyente solo intuye una presencia casi imperceptible.
El signo más claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se despierta y crece, donde se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es dador de vida: dilata el corazón, resucita lo que está muerto en nosotros, despierta lo dormido, pone en movimiento lo que había quedado bloqueado. De Dios siempre estamos recibiendo nueva energía para la vida. Penetra en todos los estratos de la persona. Despierta nuestros sentidos, vivifica el cuerpo y reaviva nuestra capacidad de amar. Por decirlo brevemente, el Espíritu conduce a la persona a vivirlo todo de forma diferente: desde una verdad más honda, desde una confianza más grande, dese un amor más desinteresado. Nadie vive privado del Espíritu de Dios. En todos está él atrayendo nuestro ser hacia la vida. Acogemos al Espíritu Santo cuando acogemos la vida.
Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. No hablan mucho. No se hacen notar. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en monasterios, viviendo la consagración en el mundo secular o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera. En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres espirituales. Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
Y entre todos ellos y ellas hoy doy gracias por Pilar, María Elena, Loly, Pino y María Isabel en paz descanse, Catequistas de la Virgen del Pino.

¿ Quiero recibir el Espíritu Santo para que despierte, comunique y expanda VIDA en mi vida de persona y creyente?
¿ Quiero ser un hombre, una mujer del Espíritu? ¿ Qué don tengo que pedir más?

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