Hablar
del Espíritu Santo es hablar de lo que podemos experimentar de Dios
en nosotros. El Espíritu es Dios actuando en nuestra vida: la
fuerza, la luz, el aliento, la paz, el consuelo, el fuego que podemos
experimentar en nosotros y cuyo origen último está en Dios, fuente
de toda vida.
Esta
acción de Dios en nosotros se produce casi siempre de forma
discreta, silenciosa y callada; el mismo creyente solo intuye una
presencia casi imperceptible.
El
signo más claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está
allí donde la vida se despierta y crece, donde se comunica y
expande. El Espíritu Santo siempre es dador de vida: dilata el
corazón, resucita lo que está muerto en nosotros, despierta lo
dormido, pone en movimiento lo que había quedado bloqueado. De Dios
siempre estamos recibiendo nueva energía para la vida. Penetra en
todos los estratos de la persona. Despierta nuestros sentidos,
vivifica el cuerpo y reaviva nuestra capacidad de amar. Por decirlo
brevemente, el Espíritu conduce a la persona a vivirlo todo de forma
diferente: desde una verdad más honda, desde una confianza más
grande, dese un amor más desinteresado. Nadie vive privado del
Espíritu de Dios. En todos está él atrayendo nuestro ser hacia la
vida. Acogemos al Espíritu Santo cuando acogemos la vida.
Mientras
haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será
posible seguir esperando. No hablan mucho. No se hacen notar. Ellos
son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad
espiritual.
Su
influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o
escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en
monasterios, viviendo la consagración en el mundo secular o
escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin
embargo, irradian energía interior allí donde están.
No
viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven
en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia
con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se
den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen
defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero
no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida.
Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en
presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus
deseos, palabras y decisiones.
Basta
ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión
y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil
percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad
de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que
desconocemos.
Estos
hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida.
Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una
relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que
jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no
conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación
entera. En medio de una sociedad materialista y superficial, que
tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer
memoria de estos hombres y mujeres espirituales. Ellos nos recuerdan
el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde
se apaga toda sed.
Y
entre todos ellos y ellas hoy doy gracias por Pilar, María Elena,
Loly, Pino y María Isabel en paz descanse, Catequistas de la Virgen
del Pino.
¿
Quiero recibir el Espíritu Santo para que despierte, comunique y
expanda VIDA en mi vida de persona y creyente?
¿
Quiero ser un hombre, una mujer del Espíritu? ¿ Qué don tengo que
pedir más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.