¿ES LO MISMO OIR QUE ESCUCHAR?
Vaya por delante, mi felicitación a León XIV. Volvemos a reavivar el sentido de la Iglesia con el mundo del trabajo. Ojalá que San Agustín le ayude y le acompañe en su pontificado y que su cercanía sea el santo y seña de la Iglesia en un mundo en el que Dios quiere hacerse hueco.
Que vivimos en un mundo invadido por el ruido, eso no lo niega nadie. No hace mucho la sociedad estatal de ornitolaringología española, decía que enun plazo de 40 años, los españoles habíamos perdido un 12% de la audición. Y lo habíamos perdido porque ante tanta y atronadora información, no escuchábamos y lo sustituíamos por el grito, para que los demás pensando que eran como nosotros, también les gritamos.
Somo víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oir para tener vida. ¿Cómo puede resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el evangelio y que dicen: «mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy la vida eterna». Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser, como para escuchar su voz.
Convertidos en tristes teleadictos nos pasamos horas y más horas sentados ante la tele, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer para alimentar nuestra trivialidad. Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años consecutivos ante el televisor.
Envuelto en un mundo trival, tan evasivo y deformante, el teleadicto sufre una verdadera frustración cuando carece de su alimento televisivo. No hay más que verlo cuando se nos va la luz, que no sabemos lo que hacer. Necesita una pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una pantalla en sentido literal y estricto ante el individuo y la realidad. Ya no vive desde las raíces mismas de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje, sino el que recibe a través de las ondas.
El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar el silencio y la capacidad de escucha si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la trivialidad. Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad, sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a nuestra vida.
Los evangelizadores tienen que tener olor a oveja y éstas escucharán su voz. Las ovejas, a través de las palabras del pastor bueno necesitan poder escuchar la voz del Buen Pastor. Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.
Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra sociedad interior en comunión vivificante y fuente de nueva vida. Es por tanto una invitación a la confianza. Las ovejas confían en el Pastor y el pastor en sus ovejas. Y la confianza es la garantía de nuestro vivir diario, que ha de ser siempre ensalzado con nuestra relación personal con él, en medio de las dificultades y contrariedades que se puedan presentar en el camino de nuestra vida. La promesa de Jesús es clara: nadie las arrebatará de mi mano, no perecerán para siempre y yo les doy la vida eterna.
No tengamos miedo a que Dios nos conozca. El Buen Pastor cuida siempre de sus ovejas y cuando nos descarriamos sale a buscar a la oveja perdida.El conoce nuestra psicología, nuestras limitaciones, nuestro pecado profundo, pero no nos condena. El Buen pastor nos recoge y nos lleva al aprisco. El Buen Pastor nos guía hacia las lejanías silenciosas en las que intuímos a Dios.
Hasta la próxima
Paco Mira
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