Señor, no siempre es fácil en la vida mantener la ilusión. No siempre tiene uno ganas de tener encendida la lámpara que ayuda a vivir y a luchar. Rachas de viento pueden apagarla, falta de combustible puede debilitarla. Mantener el tono vital en medio de tantos problemas que se suceden no siempre es posible. La modorra del desencanto o la tentación de lo fácil y entretenido aparece y se instala. Pero de nuevo suena tu despertador que me sacude y me invita a seguir esperando, y seguir amando. De manera misteriosa llenas mi alcuza, de forma silenciosa renuevas mi llama, con mucha cautela quitas lo quemado, con cariño delicado limpias los cristales que en ocasiones se empañan. Sólo me pides que la lámpara alumbre y que el sueño no me venza. Encima estoy, Señor, rodeado de hermanos y hermanas que también portan sus lámparas; ellos cuidan la mía y yo cuido las suyas. Algunos apagan sus lámparas o las descuidan de manera patente. Sólo puedo animarlos para que no se desencanten porque la noche es larga y a veces las rachas de vientos nos atacan. A algunos los llamas de noches y parten con sus lámparas encendidas, y siento que ya son felices; hay una luz que los envuelve. Me mandan recados sutiles de que merece la pena la espera, y que no me duerma. Que no me duerma, Señor, que no me duerma. Que sepa despertar al que duerme, y dejarme zarandear por el que está bien despierto. No sé cuanto queda, pero quiero estar despierto, animoso y dispuesto a la marcha, deseando la fiesta, amando la vida. Que mi lámpara no se apague, ni la mía ni la de nadie, Señor de la eterna luz sin ocaso.

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