Antes de nada quiero unirme a todos los que han manifestado su admiración por un deporte tan noble como es el tenis. Y lo han manifestado personalizándolo en un hombre que teniendo sus defectos, no deja de causar admiración, como es Rafa Nadal. Vaya para él mi reconocimiento y para todos aquellos que ejercen el deporte con nobleza, con sinceridad, sin embustes ni mentiras. Por ello, Rafa, felicidades.
Pero hoy quiero hablar de otro deporte, el de la mentira, que alguna hay también en el tenis. Nos amparamos en ciertos acontecimientos que suceden a nivel mundial, para justificar ciertas actitudes que, aún entrando en lo posible, no justifican nuestros razonamientos.
Todos estamos en contra del covid19. Estamos deseando que desaparezca. Algunos incluso nos dicen que tenemos que empezar a convivir con cierta normalidad este virus, aunque nos resulte incómodo. Seguro que con el paso del tiempo tendremos que hacerlo así, pero por el momento me resisto a ello.
Sigo apelando a la sinceridad, a la honradez de Nadal, a la honestidad de un deportista, para aplicarlo a nuestra catequesis. Creo que el virus nos ha golpeado a todos con dureza. Nuestra fe, débil, incierta fue sacudida con virulencia por un bichito chiquitito, lo que creíamos atado y bien atado, resulta que tenía un nudo bien flojo.
Pero da la casualidad que ahora nos agarramos al bichito, para ausentarnos de aquello que pedimos pero en lo que no creemos: “Mi hijo no puede ir a catequesis, porque estamos en el nivel 4”; “Perdón, ¿hay reunión hoy?. ¡como estamos en nivel cuatro!”. ¡Qué pena me da!. Y me da pena, porque la gente piensa que los demás somos bobos, que diría algún canario. No, perdone, no lo somos, aunque lo aparentemos.
Es preferible decirle a la gente, “perdone, pero esto no es lo suyo, ni lo de sus hijos". Mi abuela, decía que es preferible estar amarillos un día que colorados toda la vida. La fe hay que tomarla en serio. Esto es algo libre y voluntario. A nadie se le obliga a creer, pero que lo que se haga, se haga con la suficiente sinceridad para que nuestros hijos vean en nosotros la realidad de lo que ellos creen.
El evangelio de esta semana nos habla de confianza, de credibilidad, de “ya que tú lo dices, pues lo hacemos” y al final el resultado fue maravilloso. Dios no miente, su Hijo tampoco, lo que promete lo cumple por mucho que nosotros lo hayamos intentado. Nosotros, sin embargo, dejamos mucho que desear. Y dejamos que desear, sobre todo en relación a aquellos a los que servimos como modelo, y nuestros hijos se fijan mucho en nosotros.
Quiero creer la incredulidad de los discípulos, “habían estado bregando toda la noche”, era imposible, pero claro: es que para Dios, nada hay imposible. Amigos, padres y madres de familia. Seamos sinceros con nuestros hijos. Ellos nos lo demandan, como nosotros se lo demandamos a ellos. Pedimos que no nos mientan, que sean sinceros, que no nos engañen… es una lección que aprenderán para su vida, en el día de mañana. Pero nosotros, a nivel de fe, lo dejamos siempre para otra ocasión.
Este es el reto para este fin de semana. La sinceridad con nosotros y con los nuestros, especialmente con los más pequeños. No les digamos que el covid19 nos impide acercarnos a la fe, cuando somos capaces de llevarlos al fútbol, al baile, al parque, en la guagua… y a la Iglesia, ¿no?
Hasta la próxima
Paco Mira
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