Cada vez más hay profetas de
calamidades. Y si es con el volcán de La Palma, pues vale más echarse a correr.
Surgen agoreros, echadores de cartas y lectores de lo más insospechado, que son
capaces, de lo mínimo, meternos el suficiente miedo en el cuerpo que somos
capaces de desvalijar supermercados porque esto no hay quien lo arregle. Parece
que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Los wass corren como la
pólvora y nos tiemblan las entrañas, porque somos incapaces de dar con la
solución.
Comenzamos un nuevo año
(litúrgico, claro) y comenzamos el año con Lucas. Pero claro el evangelio de
este primer domingo no puede ser más catastrofista: "las naciones estarán
angustiadas, los hombres muertos de terror y de ansiedad por lo que se le echa
al mundo encima". Pues más actual no puede ser: que estamos nerviosos,
seguro; que no vemos el futuro claro, también; que los acontecimientos no son
los más favorables, pues seguro... Pero no por ello es cuestión de echarse a
correr. Todo lo contrario.
El evangelio de este fin de
semana, no nos llama a la desesperanza, nos llama a levantar la cabeza, a mirar
hacia el frente y porque todo está como está, se nos ofrece el tiempo de
adviento, de esperanza y confianza en que Jesús no nos va a abandonar a la
suerte que no nos corresponde. El ha entregado su vida por nosotros y a
nosotros no nos queda otra que preparar el camino para su venida.
La Iglesia actual, esa que
quiere caminar en comunión sinodal, camina a veces como una anciana encorvada.
Encorvada por el peso de los siglos, de las luchas y trabajos del pasado.
Camina con la cabeza baja, consciente de sus errores y de sus pecados, sin
poder mostrar con orgullo la gloria de otros tiempos.
Por eso hay que levantarse,
animarnos los unos a los otros. No mirar al futuro haciendo nuestros propios
cálculos, ya que un día ya no viviremos encorvados, ni con el desaliento como
bandera. Pero hemos de tener cuidado que no se nos embote la mente, parece que
hemos de vivir con un corazón insensible y endurecido, que vive de espaldas a
Dios y a los hermanos.
Hemos de estar despiertos.
Despertando la fe de nuestras comunidades, atentos a la palabra del evangelio.
Cuidando mejor la presencia de Jesús en medio de ellas, ya que a veces da la
impresión de vivir en comunidades dormidas por la apatía, el desaliento y la
desidia.
A veces vivimos solamente
alimentados por la crítica y que todo está mal. Somos los profetas de
calamidades andantes. Vivir despiertos no significa estar alejados del mundo,
sino todo lo contrario, dentro del mundo para poder saber distinguir quien es
nuestro camino de fe y realidad. La esperanza no es algo pasivo, es algo que
nos invita a la acción. Quien vive en la esperanza es quien se esfuerza por
hacer de la realidad algo mejor cada día.
Seamos sembradores de
esperanza. Que se nos note el nerviosismo ante la llegada de quien da sentido a
nuestra vida, de quien nos dice que no andemos con la cabeza baja. Todo lo
contrario. Que quien nos vea en la calle, se pregunte, ¿a quien esperan tan
alegres?. No nos dejemos invadir por millones de luces (que están bien), que no
nos dejan ver la claridad de quien va a nacer desde la humildad y la sencillez.
Que los cantos y regalos no
sean el envoltorio que nos tapa la mirada de los inmigrantes, de las colas del
hambre, de las fronteras de cierran el paso a la humanidad que no tiene
frontera.
Hasta la próxima
Paco Mira
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