DELANTE DE UN CUADRO DE CAYETANO LLEDÓ
En casa de mis padres había un retrato muy grande de Jacintita, alguien de
la familia que ahora no sé quién podía ser. Sólo sé que los pequeños de la casa
le teníamos respeto y a veces miedo porque sus ojos nos miraban, desde donde
quiera que nos pusiéramos.
Desde hace unos días tengo en mi casa un retrato bastante mayor que el de
Jacintita. También me mira fijamente. Pero no le tengo miedo, qué va. Porque me
hace mirar hacia adentro y descubrir lo que soy, lo que seré.
No tengo mucho de qué presumir pero ahora sí.
Presumo de tener un cuadro inmenso pintado en unos minutos por Cayetano
Lledó un joven gallego que se subió al escenario, hizo ilusionismo, puso humor
y nos encantó a todos poniendo unos manchones en un lienzo de dos metros y en
los que, que, poco a poco, iba apareciendo un rostro que se me antojaba igual
que el mío.
Presumo de ser así como estoy viendo en el cuadro.
Y en esos momentos, con un teatro casi lleno de gente de mi pueblo y
comprobando que de aquellos brochazos iba saliendo un rostro parecido al mío,
pero mejorado, se mezcla un poco de vanidad, un mucho de vergüenza, un tanto
por ciento de emoción… y no sabes si levantarte y agradecer o meterte debajo de
la butaca…
Después pasan los minutos y pienso: Qué torpe estuve, podía haber dicho
unas palabras, pero sólo me limité a sonreír y ya más tarde, en privado,
agradecer al artista, Cayetano Lledó, que, sólo con haber mirado unas fotos
pero sin tenerlas delante, sin conocerme, ni haberme visto nunca, pudiera hacer
un retrato en sólo 10 minutos de más de dos metros de alto.
Me sentí agradecido también a José Antonio Sánchez que nos ofreció la
oportunidad de disfrutar del trabajo en vivo de un pintor excepcional.
Y ahora qué hago, con este inmenso cuadro que me mira a mí mismo y me está
diciendo en cada momento cómo tengo que ser, cómo tengo que estar, cómo tengo
que vivir. Ahí lo voy a dejar para que me siga mirando
Ahora soy yo mismo quien me mira, ya no es Jacintita. A mí que nunca me
miro al espejo, me hace recordar que sí hay que mirarse y verse más. Y
descubrir lo que ha ido cambiando en mí y lo que me queda por cambiar. Que este
rostro pintado en 10 minutos con tanta perfección es el mismo que, lleno de
imperfecciones, se ha ido transformando en tantos años de mi vida.
Es momento de hacer una pausa y mirarme. Así lo dice Mario Benedetti:
“De vez en cuando hay que hacer
una pausa
contemplarse a sí mismo
sin la fruición cotidiana;
examinar el pasado
rubro por rubro (trozo a trozo)
etapa por etapa
baldosa por baldosa
y no llorarse las mentiras
sino cantarse las verdades”.
Y yo me digo preguntando: ¿Lograré que la mirada cómplice de mí mismo haga
mejorar el retrato de mi vida?
“Y cuando llegue el día del último viaje,
(digo ahora con Antonio Machado)
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontrarán a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”
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