Digamos
que es una frase muy común para ciertos acontecimientos de la vida.
Para
diversas fases en las que nos movemos y según qué circunstancias, la tolerancia
debe ser nula. Claro, si resulta que en el calendario me encuentro que este
domingo es el día internacional de la tolerancia, luego entiendo que de nulidad
poca y al contrario, hay que ser un montón de tolerantes. ¡ a veces, esto no
hay quien lo entienda!.
Pero si queremos rizar el rizo, resulta que este fin de semana es el día de la
Iglesia Diocesana. Esa gran desconocida o esa tan cercana que… tampoco la
conocemos. Me gustaría quedarme con ella. Me gustaría quedarme con esa Iglesia
llena de santos y pecadores, que decía Agustín, aquel santo de Hipona. Me quedo
con mi Iglesia, con nuestra Iglesia, llena de curas viejillos, canosos,
achacosos, que tiene que ir al médico cada dos por tres. Me quedo con la
Iglesia de unos pocos seminaristas que se llenan de ilusión cuando ven a los
que ya están; con los curas que han sido ordenados recientemente… ¡que hermosa
es mi Iglesia imperfecta!.
Y es hermosa esta nuestra Iglesia, la universal, pero en especial la diocesana
porque está compuesta por hombres llenos de defectos, que se equivocan, que se
tropiezan y caen… pero que tienen la capacidad de reconocer , a veces, su error
y levantarse y hacer propósito de enmienda para no volver a caer.
Me gusta mi Iglesia de ilusiones que no se han cumplido o que cuesta
cumplirlas. Me gusta mi Iglesia que sueña que las cosas pueden ser mejores pero
que tenemos que conformarnos con lo que tenemos. Me gusta esa iglesia llena de
mujeres currantes, de laicos comprometidos, de seglares que llaman a un
diaconado permanente o de ex curas que quieren volver a ser lo que algún día
fueron y que la legalidad ilógica no les permite. ¡ que grande es mi Iglesia!.
Por eso este fin de semana nos tendríamos que felicitar todos los que creemos y
seguimos el camino de Jesús de Nazaret. Y tendríamos que felicitarnos porque
cada uno, dentro de esta nuestra iglesia, tenemos que explotar los dones;
tendríamos que sacar el máximo de los rendimientos, como la parábola del
evangelio. Malo es el que se conforma con lo poco, cuando el trabajo es tanto.
Tenemos a nuestra Iglesia donde a veces nos hacemos, por el roce, heridas
sangrantes; heridas que tenemos que ponerle todo el antídoto suficiente para
que no se infecte. Seamos valientes y apliquemos, aunque nos duela, la cura
correspondiente. El alcohol que pica como señal de que está curando. Seamos
capaces de reconocer que nuestro error puede ser claro para el hermano y al
mismo tiempo gratificante para nosotros mismos.
Quiero cultivar a mi Iglesia: regarla, podarla, abonarla… es fácil contratar
jornaleros que hagan un trabajo que yo puedo hacer, pero que supondría el
mancharme las manos. Muchos tienen manchadas las manos de amor, de solidaridad,
de fraternidad… ojalá que nunca se las limpien porque ello significa que
seguimos en la huerta de la vida al lado de mi querida Iglesia. Que nadie nos
pueda achacar que los pobres, los tristes, los desvalidos… son unas
bienaventuranzas escritas en un papel, pero que no tiene aplicación práctica.
Nunca nos quitemos el mono de trabajo en nuestra querida Iglesia. Nunca dejemos
de trabajar por los demás. Acabemos agotados la jornada, eso significa que
seguimos en la senda de la vida.
En algo tenemos que diferenciarnos de los otros, de los que no tienen a Jesús
como referencia en su vida, para ello hagamos nuestras las palabras de Pablo
cuando le escribe a la comunidad de Tesalónica y les dice “ no durmamos como los demás,
sino estemos vigilantes y despejados”. Por
eso creo que también tenemos que conjugar el verbo tolerar, y con los que
tenemos al lado a practicarlo. Pues
ya sabemos. Felicidades mi Iglesia, nuestra Iglesia.
Hasta la
próxima
Paco Mira
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