Iban corriendo por el camino, levantando
toneladas de polvo y retándose a gritos. De repente, al llegar a la cueva
pararon en seco. Querían ver al Bebé, ese del que tanto hablaban sus padres.
Pero ahora que estaban en la entrada, no se atrevían a avanzar. No tardó nada
en salir José a recibirlos; tenía un arte especial para tratar con los niños.
De siempre se le acercaban, le escuchaban, jugaban con él, y le hacían
caso.
Agarrando de la mano a Ana, la más
pequeña, acompañó a los cuatro hasta la cuna del bebé.
Ana, con la ternura de sus cuatro años,
pasó de la mano de José, a acurrucarse en el regazo de María
Los otros tres se sentaron junto a la
cuna.
Ana tenía prisa por entregar su regalo,
un pequeño pañuelo para cubrir la cabecita del Bebé. Pedro dejó junto a la cuna
una manta . Marta le dió a María una cajita de madera con bolitas dentro que se
movían y hacían ruido, un sonajero para distraer al niño.
Dos lagrimones, uno por cada ojo,
empezaron a deslizarse por el rostro de David. Pronto su cara se convirtió en
cauce de dos rios. Su cara se tornaba roja y aunque intentaba hablar solo
salían balbuceos. Cuando Pedro llamó a su puerta, ya a punto de salir, se dió
cuenta de que no llevaba ningún presente. Echó un vistazo a la casa, y de golpe
vio un posible regalo, algo que había hecho él con mucho cariño.
Apenas tenía tres años, cuando su madre
le enseñó a hacer pan. Al principio lo que conseguía era simplemente llenarse
de harina de arriba a abajo. Pero poco a poco fue aprendiendo y se convirtió en
un pequeño experto. Era además su momento especial con mamá, él le contaba sus
ilusiones, sus penas, ella escuchaba Otras veces ella le contaba historias
espectaculares de la familia. Siempre acababan riendo.
Ese sería su regalo, la hogaza de pan
que había hecho él mismo esa mañana. La agarró y salió corriendo detrás de
Pedro.
Pararon delante de la casa de Marta y
Ana para animarlas y que les acompañaran a visitar al Niño. Mientras esperaban
que salieran, David vio , sentado junto a la pared de una casa, a un mendigo
ciego. Se le vinieron a la cabeza todas esas veces que yendo con su mamá, se
cruzaban con alguien que necesitaba algo. Ella se paraba y le daba lo que
tuviera a mano. O iba a casa y lo enviaba a él de vuelta con comida o
mantas, lo que pudieran entregar al necesitado. David se acercó, tocó el hombro
del mendigo, se presentó, preguntó como se llamaba, y le entregó el pan. Tal y
como le había enseñado mamá.
Pero ahora él, en el el portal, no
tenía nada que dar al Niño. En ese momento, volvieron los pinchazos al corazón:
echaba tanto de menos el abrazo de su madre... Seis meses atrás, su
padre , un joven optimista y vital, se había derrumbado ante la repentina
muerte de mamá . Ahora David no tenía ni la sonrisa de su madre, ni el soporte
del padre.
- Ni tengo pan ni nada que entregarle al
Niño - balbuceó entre lágrimas y sollozos.
Una caricia de María, y Ana entiende, y
se sienta en el suelo El regazo de la joven Madre acoge ahora a David. Ella le
habla, él contesta. Es casi como cuando cocinaban con mamá.
- Yo quería darle la hogaza al
Niño, o algo mejor. Ojalá tuviera el pan. Pero mamá me enseñó a cuidar de los
que tienen menos... Pero el Niño tampoco tiene nada...
- ¿ Qué te desearías que pasara?
- Ojalá el pan se hubiera convertido en
dos panes. Y así habría para todos. O que el pan se convirtiera en una gran
casa para vosotros, o en un barca para que pudiéramos viajar todos juntos, o en
un lago con muchos peces ...
Mientras habla, en el rostro de
David el brillo de las lágrimas va desapareciendo, y aparece el chispear de una
sonrisa.
- Tú pide- dice María- pide que Dios
quiere escucharte y quiere darse. El te escucha
- O se transformara en un tesoro, o ...
o en una mamá
- Eso ya es lo mejor de lo mejor - dice
José sonriendo a María - hay pocas cosas que superen a
transformarse en mamá.
- Mi mamá murió.
- Tu mamá no ha desaparecido para
siempre - contesta María - Ella te quiere, y Dios os quiere a los dos, y
también a tu papá. Os ama muchísimo y va hacer lo posible y lo imposible
para que volváis a encontraros Tardará un tiempo que ahora parece largo, pero
al final se hace corto.
- Pero yo no tengo regalo que darle al
Bebé. Y si lo tuviera ¿ Dios transformaría mi pan en un tesoro ?
- Transformar es cosa de Dios. Tú no
dejes de hacer pan, con mucho cariño, con esfuerzo, con amor. Y no dejes de
entregarlo a quien lo necesite. Deja que Dios haga su parte, tú solo haz la
tuya. Estar es su equipo es grande
Los cuatro niños sonreían, imaginando
hogazas de panes transformándose en objetos maravillosos
Pasaron los años, más de treinta. María
se dirigía a casa de Marta, cuando escuchó una voz que la llamaba. Era un
hombreton, que agarraba de la mano a un niño mientras no perdía de vista a
otros dos chavales, más mayores, que estaban junto a un mendigo. Se presentaban
y le preguntaban el nombre mientras le entregaban dos hogazas de
pan. Los niños volvieron junto a su padre y a su hermanito.
El hombre se acercó a María.
- ¡ Señora María, Señora María ¡ Soy
David, el niño del pan de la cueva de Belén. Siento lo del Señor José. Me
duele en el alma lo del Niño. Me he acordado tanto tantísimo de usted, de su
sonrisa, de sus caricias, de sus consejos. Me ayudaron tanto de niño, y
de adolescente También de joven...
Como cuando era un niño, dos lagrimones
volvieron a surcar su cara.
- ¿Sabe lo que pasó? Es
impresionante ¿lo sabe? Unos días antes de su muerte vinieron los amigos de su
Niño a casa. Él les había enviado a buscar pan- siguió explicando David - No sé
como sabía donde vivía, pero ellos me dijeron que Él los había enviado
allí. Quería mi pan.
Como hacía más de treinta años, los
lagrimones empezaron a mezclarse con la sonrisa.
- Transformó, lo tranformó. María que
sí, que sí que lo hizo. Era mi pan. Él, el Niño Dios , se acordó de mi,
de nuestra conversación fantástica de niños. Envió a buscar mi pan, aquel que
no pude entregarle ese día en el portal. Tanto tiempo aprendiendo a trabajar el
pan, con cariño, con amor, ofreciéndolo. Ahora sé que siempre ha estado atento
a como trabajaba yo el pan; sé que ha sido también un homenaje a mamá.
Él transformó mi pan, en su propia
Carne.
Él convirtió mi trabajo en su Corazón.
Él convirtió mi trabajo en su Corazón.
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