En la semana de la fiesta de San Rafael Arcángel, la parroquia va desglosando el lema:
UNA COMUNIDAD QUE VIVE LA FE EN CRISTO Y COMPARTE SU ALEGRÍA".
***El lunes 21 fue el grupo de La Legión de María, Apostolado de Fátima y Acogida los que han iniciado :
"LA PARROQUIA UNA COMUNIDAD"
Preside la celebración Don Cristobal Déníz Hernádez,Parroco de Ntra Sra de las Nieves El Palmar-Teror y director del Instituto Superior de Teología,
***El lunes 21 fue el grupo de La Legión de María, Apostolado de Fátima y Acogida los que han iniciado :
"LA PARROQUIA UNA COMUNIDAD"
Preside la celebración Don Cristobal Déníz Hernádez,Parroco de Ntra Sra de las Nieves El Palmar-Teror y director del Instituto Superior de Teología,
***Continúa el martes 22 con "LA PARROQUIA UNA COMUNIDAD
QUE VIVE LA FE". Este día es el grupo de Catequistas. PRESIDIDA por don José Santiago Melián, que es profesor del Instituto Superior de Teología y vicario parroquial de Ntra Sra de la Candelaria y El Cristo de Ingenio. Desde aquí le damos las gracias por su participación y por sus palabras a la luz del Evangelio.
QUE VIVE LA FE". Este día es el grupo de Catequistas. PRESIDIDA por don José Santiago Melián, que es profesor del Instituto Superior de Teología y vicario parroquial de Ntra Sra de la Candelaria y El Cristo de Ingenio. Desde aquí le damos las gracias por su participación y por sus palabras a la luz del Evangelio.
LA PARROQUIA, UNA COMUNIDAD QUE VIVE LA FE
(Parroquia San Rafael Arcángel, Vecindario, 22 de
octubre de 2013)
Queridos hermanos:
En el marco de las fiestas en honor al arcángel san
Rafael, patrono de esta comunidad parroquial, se me ha invitado hoy a ayudarles
a reflexionar sobre la parroquia como una comunidad que vive la fe. En esta
ocasión, además, estamos casi terminando de celebrar el Año de la Fe,
instituido por el Papa emérito Benedicto XVI. Cuando hablamos de vivir la fe,
entendemos que no se puede separar la vivencia de su transmisión a los demás,
porque eso es algo inherente a la misma confesión de fe y porque Jesucristo lo
pidió claramente a sus seguidores. De hecho, no es casualidad que en esta
celebración tengamos muy presentes a los catequistas de infancia,
preadolescentes y jóvenes, porque les compete especialmente una buena parte de
esa transmisión de la fe a los niños y jóvenes de esta comunidad.
Ahora bien, recordando las últimas palabras del
evangelio del domingo pasado (“cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?”), nos tenemos que preguntar precisamente por nuestra fe,
no sólo a título personal, sino comunitario o incluso global. En este sentido,
en una carta dirigida a los obispos del mundo, en marzo de 2009, Benedicto XVI
exponía la situación que marca este momento de la historia: “En nuestro tiempo,
en el que en amplias zonas de la tierra la fe se halla en peligro de apagarse
como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por
encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el
acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al
Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado
y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es
que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz
que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación,
cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto. Conducir a los
hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: ésta es la prioridad
suprema y fundamental de la Iglesia (…) en este tiempo”. Esta reflexión de
Benedicto XVI es muy acertada y nos interpela, porque afecta también a nuestra
tierra, a nuestra diócesis y a nuestras parroquias.
Por tanto, nos estamos jugando algo fundamental. Aun
aceptando que las parroquias no son el único ámbito donde se puede vivir y
transmitir la fe, siguen siendo muy necesarias ahora y lo seguirán siendo en el
futuro. La Iglesia necesita un lugar donde se genere la fe en medio de la vida
diaria. Por eso, ya el beato Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici destacaba la
importancia de las parroquias. Decía que la comunión es el misterio mismo de la
Iglesia, que es una “comunión orgánica”, donde hay una presencia simultánea de
la diversidad y de la complementariedad de vocaciones, de ministerios, de
carismas y de responsabilidades. La comunión eclesial, aunque siempre existe en
una dimensión universal, se expresa de forma más inmediata y visible en la
parroquia: “es, en cierto sentido, la misma Iglesia
que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Chf L 26). Por eso,
es necesario que todos redescubramos, por la fe, la verdadera cara de la parroquia;
o sea, el “misterio” mismo de la Iglesia que está y actúa en ella. Aunque a
veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque con frecuencia se
encuentre desperdigada en amplios territorios o casi perdida en medio de
nuestros barrios tan populosos, la parroquia no es principalmente un
territorio, un edificio o una estructura; ella es la “familia de Dios, como una
fraternidad animada por el Espíritu de unidad” (LG 28), es una “casa de
familia, fraterna y acogedora” (Catechesi
tradendae 67). En suma, la parroquia está fundada sobre una realidad
teológica, porque ella es una comunidad
eucarística: una comunidad idónea para celebrar la eucaristía, en la que se
encuentran la raíz viva de su construcción y el vínculo sacramental que la
mantiene en plena comunión con toda la Iglesia. Es una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por
el párroco –que representa al obispo diocesano- y otros sacerdotes –si los hay-
y los demás cristianos.
Como antes apuntamos, la tarea de la Iglesia es
inmensa, y no basta la parroquia sola para realizarla, es decir, ella no puede
ser siempre el centro o punto de partida de distintos tipos de apostolado de
ambiente. Pero su misión continúa siendo indispensable, dentro de una “pastoral
integrada”, porque le corresponde crear la primera comunidad del pueblo
cristiano; iniciar y congregar al pueblo en la normal expresión de la vida
litúrgica; conservar y reavivar la fe en nuestra gente y practicar la caridad
sencilla de las obras buenas y fraternas (Pablo VI, discurso al clero romano,
junio 1963). Teniendo en cuenta las situaciones y limitaciones actuales, es
necesaria una decidida renovación de las
parroquias. Para que sean verdaderamente comunidades cristianas, es preciso
promover la participación de los laicos en las responsabilidades pastorales;
además, hace falta promover comunidades vivas, donde los fieles puedan
compartir la Palabra de Dios y manifestarse en el recíproco servicio y en el
amor: “estas comunidades son verdaderas expresiones de la comunión eclesial y
centros de evangelización, en comunión con sus pastores” (Chf L 26). Para una
mayor eficacia y renovación, se debe favorecer la cooperación entre las
parroquias de una misma zona.
Hace unos cincuenta años, el Vaticano II, en el
decreto sobre el apostolado de los laicos –Apostolicam
actuositatem 10- ya señalaba que los laicos tienen que acostumbrarse a
trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes, a exponer a la
comunidad eclesial sus problemas y los del mundo y las cuestiones referidas a
la salvación de todos, para que sean examinados y resueltos con la colaboración
de todos. Los consejos pastorales parroquiales son un buen cauce para ello. Los
fieles ayudan mucho al crecimiento de una auténtica comunión eclesial en sus parroquias, así como dan nueva vida al afán misionero dirigido hacia los no
creyentes y hacia los creyentes que han abandonado o disminuido la práctica
cristiana. Pensemos en la gran importancia de esto en nuestra realidad
concreta. Por tanto, si la parroquia es la Iglesia entre las casas de la
vecindad, ella vive y actúa profundamente injertada en la sociedad y es muy
solidaria con sus aspiraciones y dramas. Hoy nos vemos sacudidos por el individualismo
y la deshumanización. Muchas personas se encuentran desorientadas. Pero en su
corazón permanece siempre el deseo de experimentar y cultivar unas relaciones
más fraternas y humanas. La respuesta a este deseo puede encontrarse en la
parroquia, cuando ésta, con la participación viva de los laicos, es fiel a su
vocación y misión: ser la casa abierta a
todos y al servicio de todos, o –en palabras del beato Juan XXIII-, la fuente de la aldea, a la que todos
acuden para calmar su sed (Chf L 27).
Estamos ante grandes retos y no los podemos afrontar
sin una fe más formada, consciente y madura, personal y comunitaria, vigilante
y atenta a la Palabra. Por eso, en el evangelio hoy nos dice Jesús que tengamos
ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Nos llama a estar en vela con
nuestra oración perseverante. Su Palabra nos ilumina en el camino de nuestra
vida. Somos la comunidad de sus amigos y no queremos soltarnos de su mano.
Pidamos al Señor esa fidelidad frente a las tentaciones, que a veces son contra
la fe. El Señor nos sienta a su mesa y nos sirve (eucaristía). Hace pocos días,
el Papa Francisco decía que la Iglesia era como una gran sinfonía, una “casa de
la armonía”. Armonía no significa uniformidad, sino comunión en la diversidad.
¿Vivimos así en nuestra parroquia?, ¿conocemos, aceptamos y valoramos a los
demás para así crecer y enriquecernos entre todos? No podemos acudir al templo
y seguir encerrados en nosotros mismos, sino participar en la vida de la
comunidad, nuestra casa.
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